domingo, 31 de diciembre de 2017

Feliz añito




Pues aquí estamos. Se ha hecho hogar. Hogar de verdad. Con una cama de verdad y no un tatami en una habitación con vistas a un aire acondicionado. Se ha hecho hogar. Se ha hecho estabilidad. Tengo amor. Tengo un trabajo que me gusta y me motiva. Soy feliz.

Los años impares siempre han sido ciclones. Años de grandes cambios. Los pares, por el contrario, han sido siempre más pausados, más estables. 

Soy feliz. Hace siete meses tomé una decisión y acerté. A veces recuerdo Madrid con nostalgia, no nos vamos a engañar, pero es una nostalgia con trampa. No querría volver a esa inestabilidad. No querría volver a vivir para trabajar y pagar el alquiler y ya. No querría volver a tener propósitos modestos. Y, eh, que no me quejo. Cobraba 858,51€ por un trabajo de 40 horas en el que estaba muy a gusto, y pagaba 520€ por vivir sola en una buhardilla en Lavapiés. Me las veía para pagar la cuota de autónomos y sacar adelante Aloha, y los fines de semana los dedicaba íntegramente a estar con Carlos, que venia a verme desde Logroño. Toda una experiencia.

Ahora comparto mi vida con Carlos. Logroño es más accesible y mucho más amable de lo que lo recordaba. Trabajo en una librería, en el sector que me gusta, y puedo dedicarme a Aloha con mucha más seguridad. 

Todo fluye.

Voy a dejar que me crezca el pelo, además. 

Pero no escribo.

No escribo desde 2015. Algo he escrito, pero poco y mal, vacío, despreciable. No escribo.

Aquella viscerabilidad, aquella necesidad de escribir, se ha ido.

También se han ido la ansiedad y la timidez extremas. Soy ansiosa y tímida, no nos engañemos, pero estos adjetivos ya no me definen. Mi vida ya no está condicionada por la timidez. Ya no vivo con miedo.

Me imagino que haber superado la timidez ha tenido que ver en todo esto. Ya no necesito expresarme por escrito, porque ya he aprendido a hablar, a gritar y a defenderme. 

Tal vez, algún día, vuelva a escribir. Quizá me encuentre con una manera de escribir diferente, con más seguridad o lo que sea. Yo qué sé. O escriba narrativa. O escriba puta mierda.

En cualquier caso, ahora me siento mejor apostando por el talento de los demás. Creo que fundar Aloha ha sido una de las mejores decisiones que he podido tomar en la vida. Siento que estoy haciendo algo de valor. 

Pues eso quería contar. Que va todo bien y que voy a entrar en el 2018 con nuevos títulos en Aloha, trabajando en lo que me gusta y con muchísimo amor. Amor de verdad, en mayúsculas, un amor donde quedarme a vivir.


Feliz año, majos.


miércoles, 31 de mayo de 2017

Madrid se acaba




Madrid se acaba. Se acaba esta etapa de etapas. 

Tenía ganas de volver por aquí y hablar de mi vida, pero la verdad es que no sé por dónde empezar. Bueno, voy a empezar por un final: se acaba Madrid. 

Creo que ya he aprendido lo que necesitaba aprender, y que ya me había estancado aquí. Fue todo muy bonito cuando vine, en octubre de 2014. Todo brillaba. La ciudad parecía mucho más grande que ahora. Madrid era un lugar inabarcable y lleno de posibilidades. La gente era maravillosa. Todos parecían alegrarse de verte por aquí. Los meses en Casa Deliciosa fueron increíbles. Cualquiera hubiera podido creer que es posible vivir dentro de un vídeoclip. Y cualquiera hubiera podido creer que se podía vivir en la poesía, y que la amistad. Etc. La amistad, cualquiera hubiera podido creer que la amistad significa algo, es eterna e imperturbable, o lo que sea. 

Bah.

He aprendido mucho en estos dos años y pico. Vine para tres meses: lo que duraba mi contrato en La Central, y luego decidí que pertenecía a este lugar, y me las apañé para permanecer. Mi vida laboral cuenta unos diez trabajos diferentes en el 2015 (cajera en La Central, dependienta en Nostrum, camarera en Rodilla, reponedora en Primark y en Lefties, y diversos trabajos de modelo para diferentes agencias), y unos cuantos pisos compartidos, hasta que en diciembre de 2015 me cogieron en Tarín, y en marzo de 2016 encontré la buhardilla perfecta en Lavapiés. 

Vamos, que en el 2016 me aburrí como una condenada. Todos los años pares de mi vida han sido la hostia de tranquilos y estables. Siempre. Escribí poco o casi nada, y mi vida se ha estado limitando desde entonces a ir y volver de casa al trabajo, del trabajo a casa, de seguir trabajando en mis encargos de corrección, y, por supuesto, en Aloha

Pero por qué hablo tanto, por favor. Que estaba bien, joder, es lo que quiero decir. Que ya estaba: un contrato indefinido en un trabajo agradable, con un horario humano, con unos compañeros y unos jefes estupendos y un ambiente ideal. Y una puta buhardilla, queridos. Que vivo en una buhardilla, sola, en el centro de Madrid. Y trabajando, además, en mi propia editorial. Joder. Lo que siempre había querido. 

Pero no. 

Madrid no me hace feliz. Es el 2017 y no siento que nadie me quiera aquí. He ido perdiendo el contacto con los amigos que tenía. Ya no me incluyen en sus planes. Los pierdo. No hay amigos. Fin. Estoy sola en una ciudad de tres millones de habitantes. La verdad es que, dicho de paso, también es lo que buscaba cuando me vine de una ciudad pequeña. No ser nada para nadie. No conocer a nadie. 

Bah. Yo qué sé. 

Al final es todo así de triste. Perdón: quería decir que al final es todo así de simple. 
Persigo lo que me hace feliz. Lo que me hace feliz es el amor. Lo que me hace feliz es sentirme integrada y querida. Quien me hace feliz es Carlos y quiero estar con él.

Y no voy a decir que vuelvo a Logroño, ¿eh? Porque no lo siento como un regreso. Qué va. El Logroño del que me fui no tiene nada que ver con el Logroño al que me dirijo ahora. Del mismo modo que el Madrid al que llegué en 2014 no es el mismo Madrid que dejo ahora. El Madrid del 2014 era enorme y me sentía libre. El Madrid que dejo es una ciudad pequeña, pequeño centro de cemento donde la hospitalidad se ha convertido en desencanto.

El Logroño al que voy es una nueva vida que compartir con la persona a la que amo. Es una casa a la que llamar hogar, un nuevo trabajo entre libros, y con más tiempo: para mí, para la editorial, para escribir. 

El Logroño al que voy es un nuevo comienzo. Una nueva aventura a la que, esta vez, no me enfrentaré sola. 





jueves, 16 de febrero de 2017

he entregado mi cuerpo a un hombre bueno




I

Permito ser cruel al animal. Lo acojo en mis manos y
lame mi cuerpo, como si hubiera alguna herida abierta.
Nadie más podrá tocarme porque solo él
me sujeta como si fuera a morir. Quédate.

No puedo ofrecerle mi cuerpo porque no sé cuánto voy a quedarme aquí.
No tengo nada.
Pero nazco. Nazco con la marca: me interrumpo. No termino nunca ni consigo llegar para quedarme.
Termino aquí para no perderme. Me sujeta como si fuera a morir. Quédate conmigo.

Quiero quedarme con él pero no tengo dónde.
Me entrego y suplico:
acaba conmigo
o mátame.








II


Permito ser cruel al animal porque ha venido a curar la herida pero no a salvarme.
Permito ser cruel al animal porque él conoce el principio de la herida. Permito ser cruel al animal porque no me conoce.
Recojo al animal y tiembla en mis manos.
El animal herido no quiere la salvación sino la cura. Prometo ser cruel al animal porque no conozco el principio de la herida.
Prometo ser cruel al animal que recojo entre mis manos y tiemblo.
Dejo pasar al animal por el principio de la herida. Entrar.
Me ofrezco vulnerable al animal: quiero contarte de una vez y para siempre quién soy y qué puedes esperar de mí.
Decirte: necesito estar fuera de mí y que me recojas cuando vuelva.
Me hubiera gustado no pasar de puntillas por el borde, caer en serio a tu voluntad y en rotundo.
Llegar a un acuerdo simple: protégete de mi dolor para salvarte.

Yo sí puedo morir por ti. Yo sí puedo acercar el arma a tu mano y atraerte, cariño: es justo aquí
donde se acaba.







2015

martes, 17 de enero de 2017

Querido hipocondríaco



Octubre, 2013





             ¿Era nuestro amor una enfermedad a la que temer?
qué tipo de infección se estaba propagando entre nosotros para que hubiera que pararla

cuando algo te duela, mi vida, tómate una de estas

nos hemos recogido
            porque llega el invierno y porque el juego ya no divierte
a este niño
le duele la tripita

tómate una de estas, mi amor

pero el niño no quiere curarse
            el niño dice     vamos a dormir
                                   me sentiré mejor por la mañana

nos hemos encerrado en celdas aisladas
            desde aquí no podré verte más
            no podré escucharte más

y no me pesa este vacío
            quien mira despegar los aviones es el viejo cercano a la tierra
            y yo a dónde voy que no me estás parando
            a dónde voy que no me estás buscando
            a dónde vas tú                                                pero te quedas
                                                                                  cercano a la tierra

ya no sé si volar es cosa de valía o debilidad, mi amor

            ¿por qué no quieres parar este dolor pero me paras?

el tiro de gracia por la espalda
            no miran los verdugos a los ojos del culpable
mi vida
            no palias con mi muerte el dolor de una enfermedad imaginada
mi amor.

sábado, 7 de enero de 2017

Año impar: turbulencias

07/01/2017

El 2016 ha sido tan tranquilo. Se me ha pasado echando virutas. Conseguí irme a vivir sola, un trabajo estable, y después de un verano agotador y un episodio de urticaria por estrés (¡sí! existe, no es un mito), la editorial siguió adelante y ahora vamos con paso firme (bueno, más o menos), y la cosa parece que va para largo. 

Tengo un contrato indefinido, bitches. No me lo puedo ni creer, ¿eh? 

Un trabajo agradable, un ambiente agradable, una vida tan tranquila. 

Y en abril me voy a pasar unos días a París con mi novio. ¿Se puede ser más estándar? 

Soy feliz.


Voy a poner la lavadora. 


Bueno, pues a eso voy. Que va todo muy tranquilo. Va tan tranquilo que apenas he escrito este año. Creo que lo único que escribí fue el texto de Calderilla, y porque me sentía obligada (qué palabra tan fea, por favor) para llevar algo nuevo al aniversario del Poesía o Barbarie. 

Los años impares suelen ser tan fieros conmigo. No sé si este 2017 que acaba de llegar me tiene preparado un spinning around ta loco y desquiciante como me lo tuvo el 2015. Dios, espero que no. Últimamente tengo una pesadilla recurrente. Vuelvo a casa y hay gente. Estoy compartiendo el puto piso. Mis pesadillas se dividen en dos: comparto piso y Carlos me deja. Mi sueño es simple: quiero vivir con Carlos. Pero él tiene su trabajo de puta madre en Logroño, y yo tengo la vida que quería en Madrid. Cuidado con lo que deseas, ¿eh? Que se suele decir. 

La verdad es que me siento sola. No por vivir sola, ojo. Estoy encantada de vivir sola. Y tampoco me siento sola porque mantengo una relación a distancia. No, por favor. Tenemos todos los fines de semana del mundo para querernos. Me siento sola porque me engañaron dándome la bienvenida a un mundo al que no pertenecía y ahora siento la soledad del abandono y, sobre todo, la decepción. 

Todas las conversaciones derivan siempre al mismo tema últimamente. Los nuevos poetas. Los poetas que las grandes empresas quieren que representen a la poesía que se escribe ahora. No sé ni cómo llamarlo ni por dónde enfocar ya el tema, de verdad, porque me agoto. El otro día, un amigo me dijo con sorna: Adriana, tú lo que tienes es envidia. Y sé que me lo dijo de coña, claro, pero no pude evitar ofenderme.

La verdad es que desde que toda esta mierda empezó, no consigo escribir. Me exijo tanto que me bloqueo. No lo soporto. No quiero parecerme a ellos. 

También hay otra cosa. La noche del 1 de julio, decidí dejar de recitar en Madrid. Recité unos días después en el Poesía o Barbarie porque ya estaba cerrado el cartel y no quería cancelarlo a última hora, pero ya está, se acabó. El 1 de julio se organizó un recital benéfico a favor de la igualdad (poetas por la igualdad: no por el feminismo, ojo), en el que fuera de cartel, abriendo el micro abierto, salió un poeta a contar su experiencia como maltratador. Durante su intervención, busqué la complicidad y el apoyo entre varios de mis conocidos. No la encontré. La gente aplaudió (más por inercia que por admiración, supongo), y la única que dijo algo, que condenó de alguna manera la intervención, y se fue del bar fui yo. No quiero tener nada que ver con un mundillo que calla y aplaude, y que, en algunos casos, incluso justifica. 




Amanecí el 1 de enero de 2016 sola, en un apartamento de la zona de Goya. Una de mis compañeras de piso de La Latina había decidido alquilar una de las habitaciones a través de Airbnb mientras pasaba las navidades fuera, y yo no estaba de acuerdo. Tuve la grandísima suerte de que la hermana de Carlos me dejó quedarme en su apartamento mientras ella pasaba las vacaciones con la familia. Sé que a mucha gente le parece la hostia lo del Airbnb y no me apetece debatir sobre ello. Yo no estaba de acuerdo con lo que se estaba convirtiendo la convivencia en esa casa, así que me fui a Goya y me puse a buscar otro lugar donde vivir. Como todo estaba en el aire y encontrar un lugar digno y asequible donde vivir en Madrid es una puta locura, pagué el mes de enero a las de La Latina. Tuve la suerte de encontrar algo habitable donde mudarme el día de Reyes. Las compañeras de La Latina no me devolvieron la fianza, y eso que les pagué el puto mes de enero, y aun así siguieron todo el mes reclamando que les pagara parte de los gastos comunes. Unos gastos comunes desorbitados que nunca he vuelto a pagar (¿150 € por cabeza por el agua, la luz e internet? ¿Dónde se ha visto eso?) viviendo sola.

Así que celebré los Reyes agotada de mover maletas desde La Latina hasta el Barrio de las Letras. No muy lejos, ya, pero complicado con unas maletas Alexander de bazar chino repletas de libros cuyo trolley se te parte a medio camino. (i_o, i_o, i_o: bingo). Me quedé tirada con las maletas en Tirso y decidí hacer algo doloroso. Dejé varios libros en un banco. Bye bye, my friends. Entre ellos, y aquí la serendipia amarga del día, Binarios (Sim, 2009), de Nacho Montoto. Me he acordado hoy y me ha dado una pena terrible. Hoy ha muerto Nacho Montoto, a los 37 años. No lo conocía personalmente, pero su(s) poemario(s)  Mi memoria es un tobogán/espacios insostenibles (Cangrejo pistolero, 2009) es uno de mis libros fetiche de poesía contemporánea, y me ha dolido de verdad su pérdida. He querido hacer un pequeño homenaje abriendo Binarios y compartiendo algún fragmento, pero al ir a buscarlo, me he dado cuenta de que lo dejé en un banco de Tirso hace un año, junto un puesto de flores. Espero que alguien lo tomara con aprecio.


12/02/2017


No me quiero mudar.

No me quiero ir de esta casa en la que vivo desde el pasado mes de marzo. Me gusta el barrio, me gusta vivir aquí. Las vigas de madera, el refugio abuhardillado. No me quiero ir.

Escribo esta reflexión después de haber pasado el día actualizando la página de Idealista. El propietario del primer piso tiene instalado su aparato de aire acondicionado frente a la ventana de mi habitación, a tres metros, y a veces, como anoche, hay inquilinos (es un piso destinado a Airbnb) que lo mantienen encendido. No puedo dormir. Me levanto con jaqueca y a veces con ansiedad. Voy a trabajar visiblemente afectada. Pero no está en mi mano cambiar esta situación. Está en manos de la comunidad de propietarios y de la administradora de la finca, pero no tengo claro que estén haciendo algo por ayudarme.
No me va a quedar más remedio que irme. Pero no quiero.

No recuerdo el 2014. Creo que en 2014 era mayor que ahora. Solía llevar botas altas e iba a trabajar con el mp3. No sé quién era yo en 2014. No reconozco a la gerente de La Plaquette. No sé cómo fui capaz de abrir una librería. No sé cómo fui capaz de permitir que se cerrara. Igual tengo poca capacidad de aguante. Igual ahora deba aguantar este ruido (hoy no suena, quién sabe si mañana habrá un inquilino que lo ponga a todas horas) y permanecer. Porque no me quiero ir de aquí.

No sé cuál era el propósito de hacer balance del año, la verdad. Ha sido un año tranquilo. Me mudé en enero y volví a mudarme en marzo. Aquí estoy bien. El piso en el que viví de entre enero y marzo del año pasado, lo compartía con otras tres chicas y el novio de una de ellas. Había unas cucarachas enormes. ¿Qué necesidad había de seguir en Madrid, compartiendo pisos de mierda, lidiando con cucarachas enormes?

Qué necesidad, joder. Llegar hasta aquí, ¿no? Llegar a la buhardilla, al trabajo agradable, a la tranquilidad, a qué. Sí, bueno, no me quiero mudar.

Ahora ya solo necesito dos cosas: que deje de sonar el aire acondicionado (al menos por las noches, por favor) y volver a escribir sin miedo. Volver a escribir.

Carlos me dice que soy valiente y no sé de qué me habla.


Son las 22:47 y acaban de poner el aire acondicionado. Es como una broma macabra, en serio.



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