martes, 26 de febrero de 2013

Peaje. Julio de la Rosa

Peaje


Autor: Julio de la Rosa
Editorial: Tropo Editores
Lugar y año: Zaragoza, 2013
Páginas:150
ISBN: 978-84-96911-63-5



Es demasiado irónico contemplar la tristeza de una persona en su sonrisa.




     Leí Peaje en la carretera. Sonreí, de hecho, cuando leí en el prólogo -de Joan S. Luna- Relájense y lean el libro del tirón, como si fuese un divertido y emotivo trayecto hacia algún lugar que no tiene por qué ser ninguna parte. Era Febrero y el paisaje era un desierto nuclear. Esa soledad que da el frío. Esa soledad que infunden los trayectos medios en autobús. Más de dos horas ya es trayecto largo si se viaja solo, supongo. En cualquier caso, como decía, me acompañaba Peaje.

¿Ven los muertos a quienes les visitan?

Me pregunto: ¿se imaginan los muertos las vidas de los vivos?




       Peaje es soledad por muchas cosas. La primera es la cabina. El cubículo impersonal (y unipersonal) donde Jose pasa la mayor parte del día. La segunda son los vivos. Toda esa gente que paga el peaje y con quien Jose no comparte más que unas cuatro o cinco palabras. Esos vivos de quienes él inventa (o adivina) sus vidas: sus trayectos, sus idas y sus venidas. La tercera son los muertos. Todos esos recortes sacados de los obituarios de los periódicos con los que decora la cabina. 

No pienso quitar los obituarios. Solos ya estamos.

        Y, pese a todo este fondo tan triste, la sonrisa. Porque esto ¿qué es? ¿es una novela de humor? 
Si la adaptaran como serie de televisión sería como esas comedias inglesas que tratan sobre gente deprimente. El pelirrojo de la cabina que aún recuerda a su ex novia. Quién es esa Ana que aparece tanto en los monólogos de Jose. Por qué se fue Ana, qué pasó. Claro que también pensé que nunca me cansaría de la belleza de Ana. El pelirrojo de la cabina de la autopista que tiene que estar enamorado todo el tiempo, ya lo sabes: es eso o la muerte. Y Sonia. La supervisora, la chica normal que ahí está y se trae la comida en tuppers, receta de mi madre a compartir. Y el señor Adiós, que aparece de la nada y viene a despedirse de los conductores, que parecen dirigirse hacia otra nada.

Este país termina ahí. Más allá del mar empieza otro. Todos acuden al mismo panal, la misma ciudad, la misma muerte.

          Y el resto de trabajadores, de quienes no podemos saber nada porque no podemos verles ni tampoco dejan rastro porque no está permitida la personalización de las cabinas.


         Peaje, es, sin duda, la sonrisa triste. Transcurre sencilla, parece servirse de estereotipos  para describir esas vidas imaginadas, y se deja, más que leer, fluir, como fluyen y saltan los pensamientos del protagonista. Y de pronto, fin. Cuando, como bien dice Joan S. Luna, parece que se acaba cuando pensabas que estabas empezando. Pero, ay. Quítate tú luego los seis cuarenta, por favor, y la imagen de un coche amarillo con el parabrisas hecho añicos, ahí al lado.








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