sábado, 13 de octubre de 2012

Ciudades a escala



Aquí está Claudia. Son las tres de la madrugada en la estación central de tren de Frankfurt. Lleva una boina, el pelo sucio y claros signos de deshidratación (ver también: resaca). Su tren no sale hasta las cinco.
En el otro extremo de la estación está Kevin. Le acompañan un vaso de café vacío y una mochila bastante destrozada.
Kevin ha perdido la cuenta de las veces que Claudia ha cruzado la estación. Cuando vuelve a pasar por su lado él la para con un Hey!
Claudia le mira con un no sé hablar alemán (ni me apetece hablar con desconocidos), pero él se adelanta y le pregunta si quiere un café en inglés. Que a dónde va. De dónde viene. Es de esa clase de gente que sonríe mientras habla. Claudia hace una mueca. Trata de ser simpática pero solo consigue ponerse roja y decir España, Nuremberg.

- Me ll
amo Kevin. 
- Claudia.

Kevin es francés. Le dice que ha venido en tren desde París. Ella tomó un vuelo low cost que la dejó en un aeropuerto de juguete muy alejado de Frankfurt, de modo que su viaje también ha sido una odisea. Claudia no le dice que ya tuvo que pasar cuatro horas de autobús desde su ciudad hasta el aeropuerto, ni que casi pierde el avión. Tampoco le comenta que en el autobús que le ha traído a la estación ha venido sentada con un señor que olía a puro, ni que ha tenido su cabeza bastante parte del trayecto apoyada sobre su hombro. Claudia no le describe el asco que ha sentido, ni el miedo irracional que le produce la arquitectura extraterrestre de Frankfurt. Pero él le cuenta que es el sexto de diez hermanos, y que tres de ellos ya están muertos. Kevin le dice que aún le cuesta hablar en alemán aunque viaja mucho a este país. También le habla de unas vacaciones que pasó hace unos años en Mallorca. Le dice que lo poco que aprendió de español se lo debe a la hija pequeña de los dueños del hotel.

- Si quieres aprender alemán, rodéate de niños.

A Claudia no le suena muy bien eso que acaba de decir Kevin, pero no le da tiempo a reaccionar de ninguna manera porque a su lado ha aparecido un hombre de unos cincuenta años que huele a whiskey barato y canta a gritos New York de Frank Sinatra. De hecho solo dice, con un marcadísimo acento alemán:

- Frank Sinatra New York, ja, Frank Sinatra.

Kevin ya no sonríe. Mira fijamente al mendigo y éste responde tendiéndole la mano. Agitan las muñecas sin dejar de mirarse a los ojos, serios, desafiantes. El mendigo le dice: Frank Sinatra, New York. Pero a él no le interesa Kevin y al segundo se dirige a Claudia: Woher kommst du?
Clase básica de alemán. Aus Spanien, a lo que él responde, no solo con su acento alemán, sino con el deje propio del borracho: ah, yo de Madrid, de Madrid, Frank Sinatra, New York, ja.

Claudia recuerda entonces otra madrugada que pasó en aquella misma estación. Aquella vez, un mendigo se le acercó pidiéndole dinero y ella se hizo la loca respondiéndole en castellano, a lo que él reaccionó con un efusivo abrazo al tiempo que decía Ay, amiga, yo soy de Córboba, de Córdoba, chiquilla. No eran pocos los españoles que emigraron a Alemania persiguiendo el nuevo american dream y terminaron pasando las noches como turistas de paso en estaciones. Aquella vez Claudia se separó del mendigo con repelús, le dio cinco euros en monedas, y se refugió fuera de la estación, al frío, ante la abrumadora arquitectura de Frankfurt. Claudia no dirá que áquel fue el primer abrazo que recibía en meses.
Frank Sinatra, a pesar del intenso olor a alcohol y sudor impregnado en su ropa, no causa en ella ese rechazo. Al contrario: le hace gracia. Frank Sinatra repite la cantinela y Claudia ríe. Ante el éxito, él se crece y amplía el repertorio. Claudia tararea con él Strangers in the night, elevan el tono, rompen en carcajadas. Cuando llegan a Love was just a glance away, a warm embracing dance away, Frank Sinatra se deja llevar y la estruja entre sus brazos. El impacto es tan repentino que la boina de Claudia cae como un pájaro que ha sufrido un paro cardiáco en pleno vuelo. Ella se desabraza con brusquedad y se agacha para recogerla. Es en ese momento, aprovechando el hueco que ha dejado la mitad superior de la chica, cuando Kevin proyecta su puño hacia el rostro colorado de Sinatra, que cae a cámara lenta contra el suelo mientras ambos gritan cosas que Claudia aún no ha aprendido en su clase de alemán.
La chica decide que es el momento de, como en una película francesa, ponerse la boina y desaparecer.
Cuando llega al final de la estación, se queda mirando la maqueta de la ciudad. Hay maquetas de ciudades en varias estaciones de Alemania. A Claudia le parecen viejas, aunque a decir verdad todo lo que ve en Alemania le parece retro. Ella se fija más en el cristal que protege la maqueta que en la maqueta en sí. Se da cuenta de que no ha salido de la estación en las casi dos horas que lleva en Frankfurt. Kevin se acerca, pero ella no se da cuenta. Él introduce una moneda y al poco tiempo comienza a nevar dentro de la ciudad. Se quedan mirando como dos niños, como dos ancianos ante un edificio en construcción, sin hablarse. Llega con eco New York, Frank Sinatra, como si no hubiera pasado nada. Llega el tren de Claudia. Kevin aún mira la nieve artificial cuando ella sube a su vagón.

3 comentarios:


  1. Expectacular Claudia...sería una bonita historia de amor.

    bsos

    ResponderEliminar
  2. Pau dice:

    Hola Adri. Me ha gustado este texto. Muy bien plasmada la sensación de extrañeza y de sentirse perdidos en las zonas de paso. Sí, el tono estaba muy bien pillado.

    Lo de la boina y las pelis francesas me ha matado:P

    Un besito!

    ResponderEliminar

Entradas y Comentarios