martes, 9 de diciembre de 2008

Fuera de lugar (Mandy goes to med school...)



Cuando éramos jóvenes, mucho más que ahora, si es que ahora lo seguimos siendo, encontramos un gato muerto en el patio del colegio. Su estado se asemejaba al que mi gato tendría si, en lugar de hacer caso a mi abuela, le hubiera tenido en brazos mucho tiempo cuando era pequeño. Entecado, eso es. El estado de aquel gato muerto. Su hocico, tan seco, deforme y arrugado como un chicle de fresa, como aquellos malísimos chicles de fresa que venían envueltos en pegatinas de Compañeros, los Pokemon o alguna película de la época como Anastasia o Titanic. Esos chicles tan duros, tan rosas, que costaban cinco pesetas y que la Mari nos solía fiar. Me debes cinco pesetas, decía la muy tacaña. La Mari tenía una tienda, que se llamaba “Mari”, en frente del colegio. En el letrero ponía “Librería Mari”, pero la verdad es que aquella mujer vendía de todo menos libros. Vendía, sobre todo, peonzas, tiras, chicles y meones. El hocico de aquel gato era así, como uno de aquellos chicles que plagaban el suelo del porche donde nos apretábamos cuando llovía, donde un día encontramos un preservativo (profiláctico, condón) usado. Recuerdo aún, como si fuera ayer, llegar muy pronto una tarde, a propósito, para sentarme en los escalones del porche y estar con Adrián, que me llevaba tres años y siempre iba pronto porque no le aguantaban en casa. Adrián me dijo: hay un condón ahí. Yo no tenía edad para saber de su existencia y cuando lo vi, ahí tirado, lleno de una sustancia asquerosamente pegajosa le miré y me reí, y aunque no tuviera edad de saber muchas cosas, pensé, como haría hasta hace relativamente pocos años: por qué coño no me besas. Y él me dijo: Eso es lefa, pero no le digas a nadie que te lo he dicho yo. Y me quedé mirando aquel trozo de goma ennegrecida, putrefacta y aquel contenido pringoso cuyo nombre me había sido desvelado como un secreto.
Seguro, dijo Paula, que lo ha matado Adrián. Metió sus manos de niña en la bolsa de risketos sin quitar la vista del gato muerto, y se tiñó las uñas de un naranja radiactivo, como las mías. El gato, que en su día debió de ser pardo pero ahora apenas tenía pelo y la carne que dejaba ver era de un tono tan pálido como la plastilina morada cuando se seca, tenía los ojos abiertos hacia el poste de la luz donde Paula, Sara, Lidia y yo escribimos nuestros nombres con boli bic, y por su boca desdentada entraba un sarmiento que salía por un orificio rosado y prominente. El sarmiento, como parte del animal, como un rabo rígido, manchado de coágulos de sangre. Y su rabo, el natural, sin pelo, desollado, partido en dos. Bajo él mala hierba. La mala hierba de siempre, reseca, amarilla a veces, embarrada casi siempre; sobre la cual jugaban al fútbol los chicos, que siempre nos decían quitaros de en medio cuando nosotras pintábamos en el poste, ignorando que el único fuera de lugar en aquel patio era ese: el poste de la luz donde, seguro, aún siguen impolutos nuestros nombres.

12 comentarios:

  1. Mandy...

    De las peores visiones del mundo, son las de los gatos muertos... Una de las mías, así es... aunque no fue recibida con los ojos sino con el corazón.

    Mi pequeño peludo siamés, atropellado por un camión... en su momento me dijeron que se había escapado y eso pensé durante años en los que invertí horas de cada fin de semana buscándolo.

    Nunca me olvidaré de él, se llamaba Oly y le lloré más de lo que sería capaz de llorar por muchos que afirman ser personas... como aquel que en un ataque de rabia me desveló aquel secreto tan bien guardado durante años por todos.

    Un beso*

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  2. Muy bueno, como siempre. Un recuerdo de un pequeño trozito de la infancia bastante representativo, siempre con tu manera de narrarlo. Me ha recordado alguna cosa de mi infancia de esa generación de niños del 88, 89, 87. Xao.

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  3. En fin, siendo como soy gato, he de decirte que al menos podíais haberle dado sepultura al animalico...bonita historia de colegio

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  4. Gracias por el viaje crónico :) Exquisito. un beso.

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  5. El patio era terreno por explorar, un universo nuevo cada día después de tantas clases abrigados en la rutina de los timbres.

    Aquí, mi amigo. Allá, los abusones de 3º. Batas de cuadros, botas de agua. Chicles, cromos... un año peonzas, al siguiente canicas, al otro chapas, y vuelta a empezar.

    Los gatos, en el parque, al otro lado de la infranqueable avenida. Los bolis, en clase, en el estuche bien guardados, y nada de Tippex en el cuaderno. Los condones, por supuesto, en el silencio, en el olvido... y en el infierno.

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  6. ...inmensa tu capacidad de hacerme fluir con tus textos...infinitos besos de bolsillo...los chicles eran chew?

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  7. Muy impresionante tu relato, preciosa. Casi podía ver el gato muerto, casi sentir su olor a podredumbre... Un beso,
    V.

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  8. sí, mucha infancia y mucha historia, pero lo importante es que el gato está donde no tiene que estar y como no tiene que estar (=patio de colegio, muerto). Esto es lo guay del relato. Mola hacer cosas así, un poco locas.
    gracias por hacernos disfrutar

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  9. muy exprecivolo del gato ademas de que con todo y musica parecia algo asi comouna esena de peli extranjera .....


    myu bueno por qui andare

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  10. boomer. recuerdo cuando hacía concursos de a ver quién conseguía meterse más chicles en la boca, y masticarles, claro. creo que sara llegó a 10 o así. 10 enormes y duros chicles de fresa en la boca. esos chicles que decoraban la cara cuando se intentaba lograr la pompa más grande del mundo. "mira mira qué pompa..." y ¡pum! el sonido de la derrota... qué recuerdos aquellos

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  11. Bukowski y Fante se unen sobre decorado de "El camino" de Delibes.
    A partir de hoy, pensaré que el "uyuyuy" y el "ayayay" que cantaba Rosario Flores en "mi gato" anticipaban el verdadero fin de sus días, jeje.

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Entradas y Comentarios